Nacionales

El día que mi armadura se rompió en el Hospital Escalante Pradilla. Vivencia Personal.

Redacción / San Isidro de El General.

Nacionales. No recuerdo ya cuánto tiempo ha pasado, tres o cuatro meses, ocurrió antes del que el mundo empezara a cambiar, justo días antes.

Los que me conocen saben de mi fobia a ingresar a un lugar y extraviarme, sí, lo sé, es un miedo que puede ser algo tonto, porque como bien dice el dicho, el que pregunta a Roma llega, pero en fin, ese día nada importó, en minutos me vi ahí, en cirugía de varones, algo desconcertada, pero dispuesta a luchar.

Pregunté por él, debía ya estar en cirugía pues le había sido asignada de emergencia por una complicación de la operación que se le había realizado días atrás, sin embargo, sin siquiera alzar a mirarme y con algo de indiferencia solo me señaló una camilla ubicada en el pasillo, ahí estaba, hecho un puñito, perdido entre aquella terrible tela verde.

Miré sus ojos lindos que pocas veces había contemplado tan de cerca, pero ya no tenían aquella chispa vivaz, era una mirada perdida que resumía tantas cosas, angustia, dolor, desesperación, miedo, pero una positiva entre todas estas tan devastadoras, existía aún en esa mirada la esperanza de que eso también iba a pasar.

Yo veía ante mis ojos envejecer y apagarse la luz de aquel que me había visto crecer, ante el dolor de saber que aquel que yo amaba tanto era para muchos de los “profesionales” que estaban ahí, tan solo un número más.

Ahí, desolada sabía yo quién era un doctor y quién un enfermero tan solo por su vestimenta, de lo contrario jamás me hubiera imaginado, por su falta de vocación o desinterés, que se tratara de las personas que podían o debían ayudarnos en ese momento.

“No sabría decirle”, “yo vengo entrando”, “eso solo lo sabe el Dr, que lo mandó a operar”, “ahorita no la puedo ayudar”, “no, en el expediente no queda ese tipo de información”, “el sistema está fallando”.

Mientras tanto él, en medio de su dolor y aturdido, pudo pedir ayuda porque necesitaba hacer sus necesidades, al indicarle a la enfermera solo se dio media vuelta y al regresar me entregó algo como un pichel y un trapo, sin más siguió su camino y fue ahí donde supe que el amor no me era suficiente, necesitaba el conocimiento, el respaldo de un profesional con vocación para que pudiéramos ayudarle a él, a quién el solo hecho de moverle era algo delicado por su condición.

Ahí, en pleno pasillo, a vista de todos, donde el pudor ya no vale nada, sin tener idea como intervenir a esta persona, con una operación en la que algo había salido mal, con el temor de echar algo a perder por intentar moverlo. Parece mentira que a nadie de los que estaban en esa jornada les importara.

Dicen que fue mala suerte que me tocara ese turno y sinceramente espero que así haya sido. Es una pena que unos cuantos deshonren su profesión y manchen una labor tan noble que muchos sí ejercen con vocación.

Mi ángel, quién diría que iba a ser un paciente con semanas de estar internado en el mismo salón de ese hospital, quien llegó para ayudarme y a restaurarme el alma que tenía tan confundida, me ayudó con sincero respeto y amor al prójimo, tan así que me dejó solo cuando su médico llegó a valorarlo. Ni siquiera supe su nombre, pero le estaré eternamente agradecida a él y a Dios por haberlo puesto ahí para ayudarme.

Agradezco la fortaleza de mi hermana que llegó en mi auxilio ese día, ella sabía que las flechas habían traspasado mi armadura. De lo que ella tuvo que pasar aquel día, lo que le tocó escuchar y ver, Dios se encarga.

Con muchos besos en su frente, fallándole a Dios por mi poca fe, al sentir que podían ser las últimas muestras de cariño, se lo entregué a mi hermana, quien no lo dejó hasta verlo ingresado al quirófano.

Las horas fueron largas y el milagro se gestó ¡Gracias Dios!

Lo que vivimos aquel día no lo olvidaremos, perdono la indiferencia del que no me tendió su mano y les deseo lo mejor, no solo a ellos, si no a aquellos ángeles que Dios nos pone en el camino aún cuando todo parece haberse venido abajo.

Y saben, desde entonces no le he vuelto a ver, el Coronavirus nos alejó, pero agradezco a Dios saber que está ahí, que sigue entre nosotros, que con valentía sigue en recuperación y que si así lo quiere Dios vendrán nuevos y mejores momento que compartir.

Sé que esto que viví en el Hospital Escalante Pradilla es la realidad que han vivido muchas personas, mucho aprendí de aquel día, pero ante todo la mayor lección es lo cuidadosos que debemos ser al escoger nuestra profesión, más aquellas que involucran el trato o cuidado de personas en estado de vulnerabilidad. Equivocarse de profesión no solamente llena en el mayor de los casos de amargura al mismo profesional, si no que deja heridas dolorosas en aquellos que se topan con este en un mal día.

Fuera de este pequeño grupo, que pueda se haya equivocado de profesión o tan solo estaban teniendo un mal día, agradezco de corazón a todos el personal del Escalante Pradilla que trabaja con cariño, vocación y una atención desinteresada. Gracias a Dios son mayoría, sin duda merecen que se les valore muchísimo su trabajo.

¡Trata siempre de dejar una huella positiva!

Escrito por Yuri Fallas Abarca.

Yuri Fallas A.

Comunicadora generaleña desde el año 2012, co directora de PZ Actual, corresponsal de Canal 7.

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